Laili y Maynun

>> lunes, 10 de noviembre de 2008

Hoy encontré la moneda con la cara hacia arriba, y pensé que era mi día de suerte.

Tomé de mi memoria el papel en blanco y no me tembló la mano al escribir.

Nacieron cincuenta, tal vez cien ideas para desarrollar en el ovillo de las letras, sin saber siquiera si alguna llegaría a desarrollarse.

Vinieron a mí Laili y Maynun, los desventurados enamorados del poema romántico de Nezami. Les puse el nombre shakesperiano de Romeo y Julieta y los trasladé a la ciudad de Teruel para que fueran amantes universales.


Ellos me narraban sus encuentros secretos y yo temí que los escuchara el viento, pues él es el que se los cuenta a los árboles. Recelé al mismo tiempo de la cara oculta de la luna, esa que salpica sonrisas pero desconfía de los soles de la mañana.

Tomé a Laili y le expliqué los peligros que nos acechaban. Aproveché el estupor del cielo al caer la lluvia en cascadas, para proponerles la huida al desierto. Solamente allí estaríamos sosegados, rodeados por el canto de las dunas.

La arena cantaba mientras Laili y Maynun, mientras Romeo y Julieta, hablan de consolidar su amor antes de la toma del veneno que los deje muertos y juntos en la ciudad turolense.


Laila nació princesa, creé en su historia. A Maynun le condené a plebeyo. Se encontraron una tarde luminosa cerca del río.

Sus ojos eran demasiado hermosos para poder volver a dormir –pensó Maynun. Y dedicó sus noches a componerle canciones de amor.


Mis palabras no conseguían destruir la ardiente fantasía, la pureza de corazón en esa apoteosis del amor.

Decidí entonces dejarlos arropados por su amor bajo un cielo tupido de estrellas, prometiendo grabar en la lápida de granito sus nombres entre dos corazones.


Desde aquel instante, lloro lágrimas salpicadas de arena cuando acudo a cementerios. Hay noches que escucho el sarcasmo estúpido de la luna cuando ríe al observar los besos de los enamorados. En ocasiones, las copas de los árboles tocan mi ventana. Quieren sabotear los secretos escuchados a los amantes.

Hoy encontré la moneda con la cara arriba, y pensé que era mi día de suerte.

La suerte a veces, es una conmemoración de lágrimas y penas en una gran tarta de amor.



13 comentarios amigos:

© José A. Socorro-Noray 10 de noviembre de 2008, 22:43  

¡Qué bien has definido a la suerte!

Un abrazo

Un cura 10 de noviembre de 2008, 23:02  

Preciosa narración. Tienes una literatura preciosa y además, tengo que reconocer que me identifico con tu modo de ver las cosas y escribir. Te escribiré un correo para detallarte algunas cosas. Muchas gracias y buena semana.
Un abrazo.

Rosamari 11 de noviembre de 2008, 2:25  

Realmente precioso

Un beso mejor dos

Rosamari

Stultifer 11 de noviembre de 2008, 7:32  

Yo me encontré una moneda pero solo tenía dos cruces.

Juan Cairós 11 de noviembre de 2008, 10:00  

Qué agudo eres y qué afilado en tus metáforas!

Te estoy cogiendo mucho cariño eh, estoy viendo cambios profundos en tu escritura- que si ya antes me resultaba atractiva- ahora me embriaga.

Laili, la parte femenina de nosotros mismos y Maynun la masculina...Has cogido la que más se acerca a tu estado de felicidad...

Tu relato es brillante, hermano, es precioso y lleno de laberintos metafóricos!

Anónimo 11 de noviembre de 2008, 11:34  

La luna no ríe con sarcasmo, aunque lo parezca. Su risa es nerviosa: es de envidia.

Marquesa de Merteuil (no me va hoy nada bien blogspot)

Cemanaca 11 de noviembre de 2008, 13:16  

Hola amigo.
Estoy por aquí de nuevo y tengo que confesarte que me alegra leerte.
Historias hechas cuentos salpicadas de magia.

Saludos conversos.

Merce 11 de noviembre de 2008, 13:21  

Hola Mario
No te conozco para poder entender tus metáforas, por lo que me quedo con la parte más superflua de la historia, y me llega como una bella tragedia de amor, al estilo de las nombras.
Muy bonito
Besos

Anna 11 de noviembre de 2008, 17:32  

Incluso la metáfora se convierte en visual sobre todo ante el cielo lleno de estrellas.

Has conseguido que deseara estar bajo esas estrellas, pero sin la agonía del veneno, más bien con el placer de los besos.

Te dejo varios, dulce Mario.

Nacho Hevia 11 de noviembre de 2008, 21:44  

Hermosísimo el epílogo de este relato...precioso...

besos...

Arquitecturibe 11 de noviembre de 2008, 22:45  

Por Dios... que post mas elocuente y bonito...
un lujo haber pasado por aqui
sludos desde una lejana galaxia

Alfonso Saborido 11 de noviembre de 2008, 23:38  

Umm, te habrás sentido como un Dios del Olimpo, con el poder de gobernar sobre los enamorados.
Pero para suerte, el día que te encontramos los visitantes de tu blog por internet :)

Thiago 12 de noviembre de 2008, 15:29  

El amor es la única locura que de verdad hermana a todos los amantes de todas las civilizaciones... Morir de amor en Verona o morir de amor en el desierto sólo depende de un cara o de una cruz (o de una media luna, ya puestos,jaaj).

Cari, haces poesía hasta cuando respiras...

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