He labrado mi jardín

>> lunes, 23 de febrero de 2009

Foto: Hisae&Jero


He labrado mi jardín.

Le quité todas las malas hierbas que me acuciaban

y planté las flores de las palabras que me regalaste

en el arriate del centro de mi espacio,

rodeado de un césped multicolor recién regado.


Me susurras aromas

incluso en noches de viento cálido sin olor.

En aquel tiempo, sabía leer entre líneas.


Tornami a mente il dí che la battaglia

d´amor sentii la prima volta, e dissi:

oimè, se quest´è amor, com´ei travaglia.


Che gli occhi al suol tuttora intenti e fissi,

io mirava colei ch´a questo core

primiera il varco ed innocente aprissi.*


Tu amor me daba vértigo

cada vez que lo definía como sensación física.

Lamerte era probar tu sabor

si acaso tu sudor era jugo de pétalos.

La dolorosa ansia de poseerte crecía.

Me mirabas mientras tu sombra permanecía recostada

del árbol más viejo del jardín.

La claridad con que veía tu silueta,

calcada en el agua de la fuente,

me provocaba las ganas de desnudarme ante la nada.

Llorar,

hubiera sido lo fácil.

Amarte,

sentido común.

Buscarte, todo un reto.

Trepé entonces hacia los balcones del cielo

esperando ver reverdecer mis esperanzas.


* (Vuelve a mi mente el día que la batalla

de amor sentí por vez primera, y dije:

¡ay, si esto es amor, cómo atormenta!


Que con los ojos en el suelo siempre absortos y fijos

yo contemplaba aquella que a este corazón

abrí primero la puerta sin saberlo.


EL PRIMER AMOR – Giacomo Leopardo)



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Flashes 4: Cosas

>> sábado, 21 de febrero de 2009

Fotografía: José Sosa.


Quiero escribir las palabras que pensaron otros antes de morir. Deseo tenerlas en mi poder para que no se pierdan. No es necesario inventarlas de nuevo. Ojalá que el tiempo me enseñe a leer esas palabras que no se dicen. Usarlas como lenguaje de mis deseos y sorprenderte a ti que me crees mudo.

Más tarde, quiero cerrar los ojos y dormir. Dormir seguido muchas horas. Que no me interrumpan ni siquiera los sueños. No quiero despertar hasta tener claro que mi vida es mía y la vivo como deseo... Quiero probar a que sabe el silencio, que se acallen las voces que no quiero escuchar.

Y no me vuelvas a decir que tienes frío el corazón. Mientes. Tu cuerpo está hueco. Nada te late…



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Flashes 3: Las zapatillas rojas

>> domingo, 15 de febrero de 2009

Se incorporó sobresaltado de la cama. Quizás se había quedado traspuesto, porque la luz continuaba encendida y el libro estaba abierto sobre su pecho.

Miró hacia el suelo, y vio sus zapatillas colocadas, perfectamente alineadas a los pies de la cama.

Volvió su mirada al frente y nuevamente sus ojos buscaron el suelo.

No entendía nada. Estaban sus dos zapatillas. Su par de zapatillas, rojas y grandes, colocadas una al lado de la otra. Un par. Dos.

Su mano volvió a encontrar el hueco que antaño ocupó su pierna.



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Flashes 2: Gare du Nord

>> miércoles, 11 de febrero de 2009


Nuestra rutina diaria y todos esos momentos difíciles, hicieron que nos distanciáramos. Pero eso no significó nunca que nos olvidáramos el uno del otro.

Aún retengo en la memoria esa imagen que inventé, en la que tu figura permanece sentada en un andén de la estación de tren, en París. Me esperas y yo llego, y camino entre el vapor de la máquina a tu encuentro. Yo puedo verte, aunque tú a mí aún no. Aún. Puedo ver tus ojos enormes brillando de la emoción, tus perfectas manos inquietas, tu respiración acelerada, mientras llega el instante de mirarnos. Puedo percibir la exaltación que sientes al verme al fin, caminando hacia ti. Por un momento, temo que se te pare el corazón por esa felicidad extrema. Tu sonrisa ilumina todo el andén. Puedo sentir tu abrazo, tus besos.


-Búscame entre el vapor de las máquinas –me dijiste.



Esa imagen vivirá siempre en mi memoria. Ojalá nos pudiésemos encontrar algún día en la Gare du Nord de Paris.



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Flashes 1: El padre y la hija

>> sábado, 7 de febrero de 2009


Pintura: Sid & Joni with book, David Hockney 2005


Estaban ambos en la cocina. Ana preparaba el almuerzo con prisas mientras él miraba ausente hacia el exterior. En invierno, el frío apenas le dejaba salir fuera.

Sacó de un cesto las últimas patatas y mostrándoselas, le dijo:



- Éstas ya son las últimas, padre.



Él volvió la vista y escuchó. Permaneció en su mutismo. Ana se acercó por detrás, le rodeó el cuello con sus brazos y le besó la cabeza. El padre se dejó hacer.



- Hemos tenido una buena vida. Nunca nos faltó nada.



Últimamente, ella le besaba constantemente. Él callaba. Pero esta vez, mientras seguía mirando ausente hacia el jardín, no pudo impedir que la lágrima resbalara por la mejilla.




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El pecado de amar

>> martes, 3 de febrero de 2009






















Pudo ser cualquier noche

en cualquier calle

con o sin luna farolera.

Pudo ser y era,

amor,

era amor

y no sólo una sensación.

Nunca antes conocieron,

él y él,

emociones cálidas,

y hoy vivían de bondad y confianza.


Pudo ser o no ser en cualquier rincón,

con o sin público,

pero ese boca a boca,

esa imagen de ósculo sucio para unos

resultó vértigo para tantos.


Un golpe verbal le dio en el alma,

por ser hombre,

uno físico le dolió en el cuerpo,

por amar a un hombre,

les convenció del error de amar,

por ser hombre y amar a un hombre.

Una lágrima

tan lenta en su recorrido que parecía no querer terminar de caer,

una gota

agarrada a su mejilla para no morir,

desgarrada,

alivió este sin vivir

sabiendo de antemano que se rendía.

¿Acaso precipitó su amor al diablo?


Sólo es amor

lo que pintaban sus ojos.

Dos pares unidos de labios de hombre.


Instante de cuasi silencio

mientras golpean la envidia

de amor verdadero.


La gota de lágrima murió finalmente


A todos los que de una forma u otra sufren por la incomprensión o han sido vejados por amar a alguien de su mismo sexo.

A los pobres que hoy todavía dudan de ese amor.





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Lo que ven los ojos en invierno

>> domingo, 1 de febrero de 2009


















No sólo lloran los ojos tristes.

A veces, mirando entre cristales,

percibo mareas de agua, que ni distingo su color.

Me consta que dejaron de ser transparentes las corrientes,

y a bien seguro

nunca llegaron a desembocar en mar alguno.

Mas no por ello retiré nunca mi mirada de la ventana.

Quise seguir distinguiendo un invierno ocre

desprovisto de olores, a veces, de sabores.

No logro empaparme

¿qué necesito?


Miraba desde la altura

y llegó a sonreírme.

Nunca más quiso besar mis labios negros,

los que antes tanto mordió.




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