Sin palabras, sin gestos ni miradas, sin sombras que oculten los instantes que pronto terminan,
sumidos en el más harto silencio,
contemplamos un horizonte inventado por nosotros para nosotros.
Llegaste para no quedarte y enseguida mi armario quedó repleto de tus cosas. Con las puertas cerradas y miles de propósitos guardados dentro,
estoy dispuesto a escribirte el verso más bonito del mundo,
aunque para ello me cueste dormir entre hojas de papel mojado en tinta, acaso en lágrimas o finalmente en sangre.
Y hoy,
que te tengo porque llegaste para no quedarte y te quedaste,
rompo papeles y me bebo el sudor mientras contemplo,
ojos sabios,
para tenerte,
y me digo: ¿por qué las tardes contigo se acaban? ¿Por qué no pintarlas del azul más azul para que jamás mueran?
Absurdo el momento más largo,
las hojas que se vuelan por el viento si acaso no escribo
porque queda la mirada perdida en el horizonte cuando aún te escucho,
y ni un roce,
tan sólo quiero escribirte el verso más bonito del mundo.
Y si tengo una idea muerta en un trozo de papel
la pintas de color,
le das cuerda y preguntas, si acaso necesité alguna vez ojos para ver lo que más me ha gustado,
y descubro que, en lo más oscuro de mis ojos cerrados
se mueve la vida, y la luz, y las palabras hablan.
No necesito cincelar unos pensamientos siempre hermosos.
Déjame hoy
que vivo en tonos claros,
escribirte el verso más bonito del mundo.
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