Mi vida sin ti

>> martes, 30 de noviembre de 2010


Mi vida se abre contigo,

comparto sueños,

pensamientos...

No cabe en una sola alma, un único dios...

Y por ello necesito un aliento tuyo,

para agrandar ese hueco que para ti poseo...

Eres sangre de mi corazón,

inmensidad y lejanía en mis noches.

Necesito ese calor que me prenda y me haga sentir menos solo.



Contigo celebro tanto las mañanas como las noches. El día.

Al fin y al cabo, tú eres ahora mi instante.

Naciste para ser mi cielo azul de madrugada,

esa taza de café humeante,

ese cigarrillo mal apagado,

los pasos perdidos en las calles viendo rostros que no son míos.

Que no son tuyos...



Dame ese calor, mi vida.

Dame ese grito que haya de salir de mi boca para no ahogarme.
Hazme sentir que nací para algo,

para tenerte,

para, ...

al menos...
...al menos,

déjame besarte...



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Breves

>> domingo, 28 de noviembre de 2010


Han ido corriendo los minutos

y no se palpa el instante para que aparezca la noche

a pesar que acaba de amanecer.

Sólo espero que me llegue el sueño

para guardar las palabras tristes.

Por una vez,

me cansé de ver amanecer.



Y mientras,

oigo el latido de tu corazón por la cerradura,

y

te huelo,

en este trozo de noche.


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Laberinto

>> sábado, 20 de noviembre de 2010


Lluvia y melancolía se daban la mano aquella tarde, con vistas a la ciudad de un impronunciable nombre. Precisamente, había uno que me comentó que jamás saldría nuevamente el sol. Pero yo, que era muy inteligente, no le creí… La lluvia pararía si acaso se secaba el mar.

El laberinto, era un bello refugio para los días de soledades infinitas. Allí escondido, era capaz de leer tres libros seguidos sin mirar al cielo. Y si acaso en algún momento dejaba de llover, yo no era consciente, pues me perdía siempre entre los caminos inciertos del laberinto y las palabras en tinta negra que aparecían en las páginas.

Había bellotas entre las hierbas que cubrían el suelo. Más de una vez me hicieron resbalar, aunque tampoco perdí nunca mi tiempo en preguntar de donde habían salido.



¿Quién era yo? Era un hombre con cincuenta y algún años, apenas calvo, que hablaba del amor a solas, empleado de gasolinera y que leía poesía. Era una mezcla rara, decían. Pero yo, incluso en esta tarde de lluvia y melancolía, con un sol incierto en mi vida, era completamente feliz.

Recuerdo haber tenido un amigo. Ahora no retengo en mi memoria su nombre. Un día, no volví a saber de él. Quizás aún siga vivo. Si recuerdo sus ojos y su hermosa sonrisa. Nunca vi sonrisa más bella. Creo que durante el tiempo que duró su amistad, nunca desapareció el sol, pues todo tenía más brillo.



Había veces, que tenía que preguntar para saber en que mes estábamos. Para mí siempre era otoño, mi estación favorita. Yo nací en otoño. Eso no lo recuerdo, pero mi madre siempre se encargó de repetírmelo cuando era pequeño. En el paisaje de mi vida, siempre hubo hojas amarillas, mojadas y pisadas, mientras me dirigía hacia mi laberinto. Mi sentimiento estaba ligado al olor de las hojas mientras yo creía que todas las canciones hablaban de mí.



Así llegó mi etapa de adolescente, donde apareció la primera y única novia que tuve. Elena me regaló mi primer libro de poesía. Recuerdo que era de tapas verdes y duras, muy fino y de versos rimados. Yo apenas lo abría. Me gusta contemplar la fotografía de la portada. Y ella era la encargada de leerme los poemas.

Un día, Elena no vino a casa. Mi madre dijo que la olvidara, pues seguro que se había cansado de mí. Yo, triste, me refugiaba en el laberinto y colocaba su libro en mi bolsa. Siempre esperaba que regresara y siguiera recitándome poemas.

La tarde que comenzó a llover, encontré el lazo rosa de su vestido en el jardín, sobresaliendo de la tierra donde mi madre había plantado su último arbusto.



Desde el día que encontré el lazo de Elena, no ha dejado de llover. Creo que ya son unos treinta y pico años de lluvia y melancolía. De felicidad y humedad, leyendo libros en mi laberinto.



A veces me pregunto, si aquel amigo que tuve estará junto a Elena. También pienso, si algún día morirá mi madre.



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Poesía

>> lunes, 15 de noviembre de 2010


La poesía, encontrada entre ramada, como tela de araña, pegada a mí e indeciso me acerco a recitarla, intentando crear gestos en mis labios que me expresen esos pensamientos opacos del poeta.


¡Oh, poesía! Indeleble trance para una vida rimada, sin dedos que palpar las letras tan bien bordadas. Pensamiento mío en conjunto con los suyos, que me hablan y le cuento, que nos ahogamos… Ese aire necesario para terminar la estrofa…


¡Oh, poesía azul de poeta muerto! Si llenaras de vida su cuerpo ya yermo donde antes hubo tanto amor… Muerto el poeta, vive el poema… Absurda vida que contempla pasar a los natos y desfallecen en cada muerte.

Quedas cual estrella en el alto firmamento, poema. Recitado décimo de estrofas cargadas de vida. No hay cielo que soporte tanta luz… mueres estrella fugaz.

Arrastras mi poema.



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Estoy para ti

>> miércoles, 10 de noviembre de 2010


Nada terminó.

Permanece intacto, con justas dosis para inhalarte,

sentirte y saberte.

Leer letras que te corresponden,

jugar con números

y traspasar los límites de un sexo escondido.

Te veo

y basta para saber que me recuerdas.

Estoy para ti.



Nunca sudarás en mi cama

como sé que jamás mis dientes destrozarán tu boca.

Pero al nacer

ya me regalaron una partida ganada.




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La tormenta

>> domingo, 7 de noviembre de 2010


¿Miedo dices? A esto no has de tenerle miedo. Tan sólo ha sido un cambio brusco de color en el cielo. Un cielo que amanecía claro, salpicado de humos de aviones confundidos con nubes y que de repente, una combinación imposible de azules oscuros cambian el panorama de la mañana.


No temas. Los ruidos de fondo no llegan a ser erupciones de ningún volcán. Son truenos lejanos que forman parte de este sucio cielo. Sube el volumen de la música; consigue que Barbra Streisand siga con el tono más alto de su voz.


Cierra la ventana, pero no corras las cortinas. Quiero ver como el viento mueve las ramas del árbol vecino y como me defrauda el cielo cambiado.

El silencio de la calle se incrementa. No sé si es la canción de Barbra Streisand, los truenos cada vez más cercanos, o que en cada uno de los paréntesis de estos, es cierto que nace el silencio. Me sobrecoge. Pero no, ¡NO ME DIGAS QUE TIENES MIEDO!



No te vayas, tan sólo es una tormenta.

Defínela como una paleta de colores oscuros y obras sin terminar de una ciudad, si acaso es que quieres quitar mi música y correr las cortinas.


¿No recuerdas ya nuestros veranos de antaño, cuando las tardes quedaban interrumpidas por las repentinas tormentas? Si, cierto que nunca hubo tal oscuridad, pero… ¡tenemos luz!


Mira el cielo. Ni un ápice de azul. Si acaso encontrara una sola estrella, creería que ha llegado la noche. Y a pesar de chocarme en cada esquina, aún sé que es temprano.


¡No!… No tengas miedo. ¡NO TENGAS MIEDO! Fue un trueno mayor que los anteriores, pero no significa nada.


Llueve, si acaso a esto podemos llamar lluvia. ¡Diluvia!


Siempre quise correr desnudo por la calle, bajo la lluvia. Siempre deseé lamer un cuerpo donde corriesen las gotas. Pero hoy la lluvia duele. El agua no consigue ser transparente con esa oscuridad absoluta del cielo. ¡Maldito cielo! ¡Este no es mi cielo!


¡Canta Barbra, canta bien fuerte! No dejes que esta tormenta nos asuste.



Ven, acércate a mí y agarrémonos. Túmbate a mi lado, y busca entre la oscuridad mi cuerpo. No tengas miedo, tan sólo es la tormenta la que te atormenta.


¡No! ¡No y mil veces no! Ese rayo que ilumina la estancia no conseguirá cambiarte el rostro. Hoy, más que nunca, quiero estar contigo.


Hoy, más que nunca, sé que tan sólo es una tormenta.




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Permanece intacto

>> viernes, 5 de noviembre de 2010


Desprendes el olor
del primer encuentro,
lazos blancos,
rizos
en tu cabello,
quizás confundidos
por copos de algodón.

Tratas de hablarme
e intuyo que tu mirada
me traspasa,
me pesa,
me odia.
Desgraciado momento aquel
cuando la soga de lo inevitable
rompió nuestro gran instante.

Y hoy mudo,
te imploro,
y huelo
el aroma de nuestro primer encuentro.


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