Inventando un mundo

>> domingo, 21 de agosto de 2011


Había una vez un mundo

que conjugaba los verbos en subjuntivo

haciendo rimas con infinitivos

mientras sorbía café en barras de bar.

Los cielos no los inventaron hasta más tarde

cuando hartos de combinar colores

trastocaron

sol con hierba, mar con arena,

y como resultado apareábanse

dos ángeles flautistas

que con sus aleteos cantaban coplas a dios.


Tratando de leer novela negra

un pájaro se sentó en mi hombro y dijo

que,

o le llevaba en brazos junto al océano,

o me importunaría en mis próximas treinta noches.

Embarcados en mi canoa

le enseñé el horizonte entre las olas,

y pudo comprobar el ave

como el mar era del color del antojo de los ángeles.


Así,

entre continente y continente,

analicé al amor.

Y después de sufrir decepciones y desvelos

me di cuenta que,

el hombre es el mejor amigo de la tortuga

pues refugiado en su caparazón,

es capaz de sucumbir al engaño que el propio hombre provoca.

Calla, y déjame dormir.


2 comentarios amigos:

Anónimo 22 de agosto de 2011, 6:36  

Ese hombre de barro, pero con un aliento divino. Como tu y tus versos.
Franc.

© José A. Socorro-Noray 3 de septiembre de 2011, 22:28  

Cada uno carga con su caparazón. Perdona que no te haga caso y no pueda quedarme callado, aunque mi caparazón esté repleto de silencio.


Un fuerte abrazo.

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