La finca

>> jueves, 27 de octubre de 2011


Extremadamente dañino hasta dar caza al animal,
que por las noches rondaba tras las cancelas de la finca.
No aulló, ni gimió,
tan sólo miraba fijamente.
Sus ojos ilustraban la amenaza.
Le había buscado repetidamente
y hoy lo tenía entre mis manos.
Ya no habría más noches con antorchas,
ni desvelos,
ni juramentos.
Ya no resbalaré una y otra vez.


Tengo una finca sin nada dentro.
Ahora mis noches se parecen más a un libro sin letras.
Los ojos en blanco
sin esperar a nadie.
No tomo café por los desvelos,
pero ni aún así duermo
pensando en que vuelva el animal que dí caza
mientras rondaba cada una de las noches.
Extraño su mirada fija,
sus ojos amenazantes.
Las noches son más oscuras sin antorchas.


Lo único que tengo son los desvelos
y una finca sin nada dentro.

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Las zapatillas

>> domingo, 23 de octubre de 2011


Era el otoño más extraño que recordaban en la zona; era un otoño seco, caluroso, anómalo por que sí. Las noches estaban preciosas, hubiera o no luna. Los insectos aún emitían sus particulares ruidillos como si del estío se tratara.


Para ellos dos era una noche muy particular, una noche especial. Una noche que habían diseñado desde hacía mucho tiempo.


Aunque los dos sabían que era su última noche juntos, muy dentro de ellos mismos, la esperanza de estar unidos por siempre, permanecía asida al alma. Pero si esa realidad tan evidente no daba un giro en el último momento, sería el adiós más lastimoso que jamás hubieran conocido.


Cada uno por su cuenta, decidieron hacer de esa noche, la más especial de las noches, sin importar el grado de brillo que tuviera la luna si acaso la había, sin percibir el frío o el calor, sin percatarse del cansancio. Sólo ellos, juntos, abrazados, y contándose todo aquello que quedaba pendiente por decir tras tantas palabras escritas y ya dichas, y que cada uno por su parte, aún necesitaba hacer saber.


El paseo, curiosamente sin mirar al cielo, ese que tantas veces fue el celador de sus palabras, era el preámbulo de lo que sería la noche. Un aire fresco al fin, lo suficiente para ponerse una chaqueta y para que se cogieran por los hombros. Unas sonrisas entremezcladas con las palabras, ligeros empujones cómplices. Pasos de dos en dos, miradas,…


Y esa cama enorme que les esperaba de regreso, como la más fiel copartícipe de ese olor a amor que quedaría horas más tarde entre las sábanas blancas. Esa cama que no debió de ser testigo de esos lamentos que nacieron antes de lo esperado, esas lágrimas provocadas por el desconsuelo de una retirada, de un adiós programado. Esa cama, que sólo dejó de rozar los cuerpos cuando ambos fumaban desnudos en la terraza, tratando de ver las liebres color avellana. Nunca permitió la noche que las vieran.



La mañana siguió el calendario correspondiente y nació otoñal. Los cielos encapotados invitaban a las señoras a salir con el paraguas a la calle. Los menos, se abrigaban en silencio con sus recuerdos. Las miradas cabizbajas seguían la trayectoria de los bordillos de las aceras hasta llegar al coche verde que les llevaría de vuelta hasta el ancla, esa ancla que adornaba el puerto en forma de noray.


Bajarse del coche, quizás no fue lo más acertado. Tal vez debería de haberle asido la mano y decir con la mirada que siguiera el camino, que no se desviase al puerto. Pero fue cobarde. Siempre se consideró cobarde.


Cuando notó el ruido del motor al ser pisado por el acelerador, miró hacia atrás y comprobó que nadie le retenía. El coche salía del puerto, quizás con la mirada en el retrovisor, viendo por última vez el ancla.


Al llegar a casa, las zapatillas nuevas que le había comprado estaban allí, esperando ser usadas. Para él, una de las formas de sentirse confortable en un lugar era con sus zapatillas. Las zapatillas representaban el llegar al calor del hogar, el descanso. La compañía.


Aunque siempre supo que regresaría solo, compró esas zapatillas por si un cambio de última hora hiciese que regresaran juntos.


Abrió su maleta y sacó el libro, los calzoncillos, los recuerdos y junto a las zapatillas, lo tiró todo junto a la basura.



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Te falló la sonrisa

>> jueves, 20 de octubre de 2011


Te falló la sonrisa,

maltratada con unos abrazos casi vacíos.

Quise buscar la dirección de tus ojos,

pero era una mirada perdida.

Ahora cambia el ritmo de mis lágrimas

al recordar noches sin sábanas,

rastros de olores,

gritos sin pasión.


Te falló la sonrisa

la vez que tomé tu mano para besarla.

Bebiendo de un vaso vacío

dejaste la marca de tus labios.

Tomé el cristal y lamí

aquellos besos que no me dabas.

Mis noches eran desvelos,

la ventana no tenía cortinas.


Te falló la sonrisa

cuando nos miramos al espejo.

Señales de adioses provocados por despedidas,

flores marchitas en la mesa,

facturas sin pagar,

gotas de lluvia

y yo solo en la calle mirando tus zapatos.



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Si me quieres conocer

>> martes, 18 de octubre de 2011


Tengo alma,

limpia y gemela de mi corazón.

Rezumo amor pero no lo exhibo.

Lloro cuando estoy solo

y pretendo que el mundo me vea sonreír cuando estoy en sociedad.

En ocasiones,

invento canciones que hablan de vidas ajenas,

otras,

me canto mi propia edad.

Miro al cielo por la mañana

y si no me gusta el color,

lo pinto de arco iris.

Me comporto como un payaso

cuando el dolor puede más que mi cuerpo;

así ahorro en aspirinas.

Si acaso digo que amo,

AMO;

si me oyes decir que odio

es que estoy mintiendo.

No concibo la vida sin poesía;

incluso en el telediario más crudo

escucho versos de hambre.

Sueño en rimas

y vivo en prosa.

Sé que existo

porque me rodean maravillas.

Y tengo claro que cuando muera

el mundo será distinto sin mí.



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Cuando el cielo amanece dolorosamente azul

>> lunes, 17 de octubre de 2011


El cielo amaneció dolorosamente azul. Así eran los cielos de octubre, donde el sol calentaba mientras una sombra no se interpusiera en nuestro camino.


Las noches eran rabiosamente oscuras.


También es cierto que aquellos ojos miraban esos días de distinta manera. Su vida giraba en forma de palabras, palabras y más palabras. Ni una sola mirada, ni un solo roce existía. Pero esas palabras le llenaban. Es más, anhelaba recibirlas. Incluso en la noche, aunque eso supusiera un desvelo.


Y mientras tanto, él no paraba de mirar al cielo.



Una noche le ocurrió algo insólito y que no se atrevió jamás a contar. Él era consciente que sus ojos estaban despiertos, aunque la mañana llegó cargada de dudas. El caso es que durante su sueño, le persiguió el color. Decenas, cientos de bolas y líneas de colores, se daban forma ante sus ojos.


Creyó volverse loco.


Tal vez fue porque durante esa noche nadie le habló.



Oyendo el traqueteo de sus pensamientos, llegué a deducir que sufría de pereza intelectual. No era el mismo. Quizá estaba empachado de palabras, quizá le faltó algún color. Quizá ni siquiera era octubre.



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Tormenta

>> miércoles, 5 de octubre de 2011


Abrí la ventana demasiado pronto,

y había comenzado la tormenta.

Apenas me dio tiempo a retirar la cortina

y su sombra ya aparecía entre las gotas de lluvia.



Cerré el pestillo

pero ya era demasiado tarde.

Su olor había quedado dentro.

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Lloro

>> sábado, 1 de octubre de 2011


Lloro con las historias de amor entre muertos y vivos, los visionarios y los más ciegos, que sabiendo reniegan de la hermosura del amor.



Lloro, por tener que ver abrazados cuerpos unidos a escondidas, copulando entre arenas de playa, mojados por esas olas de mar que avanzan sin avisar y trepan por los costados.



Lloro, por haber estado más de una vez en tu cama y tener que morder mi lengua por no narrar lo sentido. Por agrandar con más silencios mi caja de secretos hasta creer que se haría añicos sin empujaba mis desvelos.



Lloro por extrañar ahora todo aquello que me diste y ya no tengo, por saber que nunca más será mío, y por dudar si acaso alguna vez sentiste o tan sólo aparecí por casualidad.




Lloro, por que la vida no es como yo quiero, por los gritos que tengo que ahogar y por las risas que finjo cuando te veo. Por las cosas que me pierdo por no estar contigo, por las cosas que tengo y no sé utilizar, por las mañanas que amanecen y yo me pierdo.



Lloro por ser un revolucionario de mi propia vida, por inconformista, por mentiroso y generoso, por querer sin recibir correspondencia, por tener y desperdiciar, por desear lo prohibido, por creer en el morir por amor.



Lloro por nacer con picos de sensibilidad, por tener corazón, ojos y oídos, por querer estirar más los brazos y quedarme corto, por cojear en cada uno de mis paseos.



Lloro, por los olores que me pierdo, por todo aquello ya no existe, por lo no nato y por lo consentido.



Lloro, por no dejar secos mis ojos, por dormir cada noche con la soledad y despertar con el desconcierto. Por desayunar mis propios miedos y pisar los sueños.



Lloro, por que si no lloro muero.



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