Demasiada realidad

>> domingo, 22 de enero de 2012


Era como despertar sin que fuera aún por la mañana.

Es negrura en plena oscuridad.

No debió de ser si acaso cuentan que fuera.


Encontré un desayuno

entre pasajes de nubes y paisajes de picos altos.

Sobrevolé, una vez más,

el despertar de ambos, juntos,

revueltos en sudarios de sedas antiguas

y fastos que dejaron de deprimir.


Yo era aquel príncipe de tu cuento

que había logrado trepar hasta tus brazos.

Tu, dormías.

Yo, miraba.

Yo vivía, gozaba, sentía y tenía,

sin pensar que todo termina

como acaba la aurora en las mañanas

o los gorjeos de las aves al caer la noche.


Yo, miraba.

Yo, olía tu cuerpo que me poseía,

tocaba el pecho que me era ajeno.

Todo sucumbía a los encantos

en aquellos desenfrenos que, de tan secretos,

mortificaban a unos

y extasiaban más por ser cuerpo extraño.


Era como un anochecer

que no encuentra estrellas.

Todo volvió a ser negrura en la claridad.

Fue aunque no quisimos que fuera.



2 comentarios amigos:

© José A. Socorro-Noray 22 de enero de 2012, 16:30  

Algunas veces, querido Mario, las auroras se quedan permanentes en nuestras retinas.


Un fuerte abrazo.


PS: ¡Que tu mirada esté siempre llena de auroras!

Anónimo 25 de enero de 2012, 1:30  

excelente información me gustaría leer mas sobre pensamientos de amor

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