para evitar la cárcel de mi condena,
cosiendo la boca y ahorrar los sin sabores
de una mal noche.
Temiendo repetir errores
que disparen las alarmas de otras vidas,
visillos en las ventanas
para seguir soñando...
Si acaso
permaneciera el olor de lo olido,
el sabor de lo comido,
el tacto del roce...
Y temo
al futuro ya llegado,
los dolores que no se curan con pastillas,
que lleguen las 8 y cierres la puerta,
contentarme con escribir en servilletas de papel...
Ayer,
que viví el principio del fin que hoy llega
malgastando la pila de mi reloj
y ya ni suenan los cuartos...
Y dejo
migas a los pájaros para que no me encuentres,
y descubras al nuevo yo con la primavera tardía
cuando huela a limpio,
a azul...
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1 comentarios amigos:
¿Dónde has estado que más no quieres volver?
¿Tan malo ha sido ese lugar como para querer
borrarlo de tu memoria?
¿Es que no han sido los momentos felices
lo suficientemente dignos como para volver
a ser evocados?
Si siempre recordara al mar en un día tormentoso
jamás me acercaría a él otra vez
y me perdería tantos y tantos días buenos
en los que poder bañarme
o pasear por su infinito,
porque el mar no comienza en la orilla
sino más adentro, en lo más profundo,
dónde oculto está a la vista
su corazón palpitante, vivo;
disfrutar de su contemplación
sería la mejor manera de terminar un día
a la espera de que en la noche, al recordar
su murmullo sereno, me trajera el sueño
más anhelado para al fin poder descansar
entre los brazos cálidos de un mar
grande y calmo.
No tengo temor de las persianas bajadas,
ni de las puertas cerradas,
ni de cometer los mismo errores,
ni de pasar la noche en vela,
ni de perderme por creer que este era el camino,
ni de olvidar si sé que todavía puedo continuar viendo, oliendo y tocando.
Temo dejar de ver el azul del mar,
temo olvidar una vida que ya no puedo tocar,
temo dejar de soñar,
y encontrar que la cárcel está fuera
en la mirada fija e intransigente
de esos seres extraños
que dicen ser como nosotros,
pero que no los son
porque yo los he visto
llorar sin pena y reír sin gracia,
andar si rumbo y matar sin razón,
(nunca habrá una razón para matar)
creer en la nada y llenarse con vacío el corazón.
Pero no tengo temor, no, de las persianas bajadas
ni de olvidar si sé que todavía puedo continuar viendo, oliendo y tocando.
El día que llovió
me acorde de ti.
Libro.
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