El beso de una estatua de bronce

>> jueves, 3 de mayo de 2012


Intenté posar mi boca sobre la suya,
pero sus labios permanecían cerrados.

¿Qué te pasa? –me atreví a preguntar.

Una lágrima boba brotó de sus ojos
sin pedir permiso.
Me di cuenta que estaba intentado besar a una estatua de bronce.

Hice inventario de mis propósitos
y empapé mi almohada con el silencio de una noche cualquiera.
Mis palabras se convirtieron
en el monólogo más frío de toda una vida.

Me desnudé y toqué su cuerpo helado.
Sus muslos me incitaban a mirarlos,
al igual que sus labios llamaban a ser besados.
Sus ojos estaban perdidos.

La música hacía ya tiempo que se apagó
y sólo pude penetrar su ser con mis palabras.


2 comentarios amigos:

Anónimo 3 de mayo de 2012, 21:01  

...palabras que resonaban
en su interior,
como la más hermosa melodía,
llenando los huecos
dejados por el escultor
hasta conformar un nuevo corazón,
dónde iba guardando
los besos que le daba.

© José A. Socorro-Noray 3 de mayo de 2012, 21:54  

Cuando se logra penetrar en el cuerpo del otro tan solo con la palabra se alcanza el éxtasis del silencio.

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