El último verano

>> sábado, 27 de octubre de 2012

                      Foto: Liz Taylor en "De repente, el último verano"


El último verano que recuerda
no era precisamente por el sol que pudo o no calentar,
ni por el mar
ni siquiera por la algarabía de las calles.
Por el contrario,
la promesa de un ángel venido de un juramento
le hacía recordar el cuerpo de Jonah.

Jonah era pura vida,
el perfume de sus tardes ociosas,
el secreto de las cajas del miedo.

Guarda tus labios -le dijo entonces,
por si decido volver y no gastaste tus besos.

La mirada del otro, atónita,
su amistad profana,
indicaban un adiós perpetuo.
Las lágrimas quedarían condensadas en sus ojos
mientras se marchaba,
mientras sus palabras huían tras él.

Un árbol crecía en ese instante
sin percatarse que,
en el próximo verano no estaría Jonah
pero sí la sombra de sus recuerdos.

Supo que se había enamorado sólo cuando ya no estaba
y era demasiado tarde.
Desde entonces
sueña con su cuerpo
y con el último verano.


© Hisae 2012

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Aunque haga frío

>> miércoles, 24 de octubre de 2012

                                     Foto Mario M. Relaño


Me quedé sin propuestas para convencerte
y desde aquel día
me sentí mucho más solo.
Dormitaba para intentar soñarte
aunque me repetía que te habías marchado,
lentamente creía
que yo mismo me mentía
y tenía
tu voz que me decía:
- "Guárdame la manta, mi vida,
la manta por si hace frío.
Ábreme la puerta
si llego tarde, cariño,
por si hace frío
guárdame la manta".

Pasan los días y escribo
los sueños que tú me hablas
y yo los leo
y no lo entiendo
porque no estás ni has venido,
porque te pienso
sin tener siquiera
un argumento que retenga
un par de momentos conmigo.
Por eso guardo la manta,
cierro la puerta
aunque hoy haga frío.

© Hisae 2012

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Su propia vida

>> domingo, 21 de octubre de 2012



Y según viene se va,
pero siempre queda esa huella que
aunque no ves, sabes que estuvo.
Duermes,
soñando con su regreso,
con la mano abierta
y pendiente de esos ruidos de la noche que desconoces.
Cuando despiertas
ese huella perfumada apenas se percibe;
está borrada
o tan sólo grabada en tu cabeza.
Buscas al salir
si acaso te espera
o si
como cada día
caminarás con tu soledad.
Recuerdas instantes que tienden a desaparecer
con cada movimiento del reloj
pues no te queda vida que perder
y sabes que de olores está el mundo lleno.
Cierras la mano
para no asir más que tu aire
y bebes para olvidar
mientras ríes de lo que te perdiste.
A partir de ahora
eres uno, solo e indivisible
no dejas que te aparten de tu camino
y si caes
recuerdas que otros lo hicieron antes.
Ahora márchate,
pero no olvides dejar esa ventana abierta
por si desea regresar.


©Hisae 2012

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Cansado

>> martes, 16 de octubre de 2012


                           Fotografía: "El sueño de la razón", Goya


Sin más
que el viento por donde azota
y el color en un horizonte que supuse lejano,
encontré ese pedazo de tierra donde descansar un cuerpo
ya cansado y herido,
sin apenas fuerzas para beber el agua aún no hallada.
Tumbado
intenté descubrir si las estrellas en verdad jugaban
o paradas observaban a la luna,
si la luna replicaba
o realmente estaba en mí hablarte
y sólo tenía miradas fugaces para ella.
Mientras deliraba
sentí como mis ojos se despedían de mí
y cerraban sus cortinas para matar al día
a la vez que  yo mojaba su noche
llorando las lágrimas que antes había olvidado.
Me hizo bien
el sentir que respiraba
y recordar que estabas en algún lugar.
Vivía para pensarte
sabiendo que tarde o temprano me atrevería a mirarte
y decirte
cuanto te amaba.
Si acaso hoy dormía
no me abandonaría a una lenta eternidad
para evitar hablarte.
No. Nunca.
Amar, aprendí a amarte
mientras  te soñaba y te miraba,
y tú rehuías sonreír por temor también a amarme.
Y ahora duermo
y si me ves, ¡calla!
¡Quiero soñarte!
Mátame después, quédate con mi alma
manchada de ti
y despídeme de la noche.

©Mario M. Relaño 2012

    

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Sussana

>> domingo, 14 de octubre de 2012

                                    Foto: Mandayona, by Mario M. Relaño


Ella vivía porque le tocó vivir. No tuvo opción y como todos, no lo eligió. Los pocos que la conocían pensaban que simplemente se dedicaba a que pasara la vida, a gastar el tiempo, pues estaba metida en un juego en el cual no había sido preguntada su decisión de participar.
Jamás vestía bien, pero debía de ser muy guapa. Nunca tuvo ocasión de demostrar su valía por lo que nadie sabía de cuánto era capaz.

Sussana o Sussy como la llamaban en el vecindario, vivía rodeada de libros, cigarrillos y botellines de cerveza. Ocasionalmente, se veía entrar y salir de su casa a algún hombre sin ningún aspecto en concreto. Todos muy distintos. Pero debían de ser esas las únicas personas con que se relacionaba después de la muerte de su hijo y posterior desaparición de su marido.

En su descuidada casa de fachada descascarillada, siempre estaban la puerta y las ventanas abiertas, por lo que era fácil verla desde fuera. La mayoría de los días, vestía apenas con un sujetador a cuadros con olor a detergente y un pantalón corto. Todo en ella olía a detergente excepto cuando el humo del tabaco impregnaba su entorno y hasta su mismo rostro parecía difuminado en humo.

Las tardes las pasaba prácticamente sentada en una hamaca del porche leyendo novelas de Betty Smith o a poetas como Ginsberg o Whitman, bebiendo cervezas y aplastando cigarrillos fumados en el cenicero.  Y de allí no se movía hasta que el cielo pasaba del azul al amarillo-naranja en el horizonte y la brisa que antes movía las ramas de los árboles se convertía en aire fresco y la hacía meterse dentro de la casa para colocarse por encima una vieja camiseta.

Pero aquella tarde algo pasó para que transcurriese diferente. Una sucesión de casualidades provocó que ese cachito de tristeza que siempre parecía envuelto en papel de aluminio, se quedara dentro de casa y no pasara la tarde con ella, para darle la valentía de cambiar una rutina.

Por algún motivo, levantó la vista y distinguió antes su sombra que la silueta que se acercaba. No esperaba a nadie. Volvió por un instante al libro, hasta volver a levantarla para encender otro cigarrillo.
Su mirada rozó su rostro. Sus palabras sonaron demasiado altas en ese porche poco acostumbrado a ruidos. Casi con eco. Su voz grave, sonora y clara, le dijo:

-          Hola Sussy.

Ella no contestó. Escupió una bocanada de humo, vació el botellín de cerveza y miró a ese horizonte quizá hoy más azul.

-          Han pasado varios años, Sussy –continuó él. Veo que me recuerdas. Tu silencio me hace pensar que sigues culpándome de la muerte de tu hijo y la desaparición de David. Pero yo no tuve nada que ver con eso.

-          ¡Lárgate, Mike! –gritó ella.

Sussy conoció a Mike casi al mismo tiempo que a su marido. Ambos eran amigos, y después de casarse, él pasaba muchos ratos en casa con ellos. A ella eso nunca le terminó de gustar, porque este era el tipo de amistad que impedía que ellos pudieran tener un matrimonio convencional. Desde el día siguiente a su matrimonio, Mike entraba y salía de su casa como si fuera suya. Es cierto que él les ayudó a buscar este pequeño agujero por un precio razonable, colaboró en obras y mudanza, pero ella en ese momento deseaba disfrutar de su recién vida de casada.
David, su marido, parecía siempre hacerle más caso a Mike que a lo que ella decía, y eso contaminaba sus noches en vela. Casi a los pocos días de casados, él ya se marchaba con Mike y aparecía ebrio a media noche. Es más, estaba casi segura que su hijo fue engendrado en un polvo forzado en una de esas noches en que su boca rezumaba alcohol y ella se negaba a ser penetrada.

Cuando nació Steve, su matrimonio tan sólo era ya una mancha negra en su vida. Una mancha demasiado sucia para que el detergente pudiera borrar. David sólo se levantaba de la cama para beber más y desaparecer con Mike. Los pocos ingresos que entraban en la casa eran por las clases particulares de francés que impartía ella en la escuela local. Las ilusiones que siempre tuvo de adolescente al enamorarse de David se habían esfumado y ninguna se había cumplido.

Sus días pasaban preocupada en procurarle un bienestar a Steve. Intentó que tuviera una infancia digna, pero no lo fue en absoluto. Su niñez estuvo siempre acompañada por  los gritos y golpes que veía en casa.

Un día llegó Mike demasiado temprano, cuando Steve dormía e incluso ni David se había levantado. Ella, sin ninguna gana, le preparó el café que le pedía. En el momento que le llevaba la taza humeante él la agarró por la cintura, apretó su cuerpo contra el suyo y notó su miembro duro. Ella, le tiró el café a la cara y él, con toda su fuerza, le soltó un violento golpe que la tiró contra el fregadero.
Al menos consiguió que se marchara, aunque la herida que en ese momento le sangraba tardó en desaparecer de su rostro y más, de su alma.
No volvió a ver a Mike.
El ruido producido por el golpe de Sussy al caer contra el fregadero, provocó que David se levantara y Steve rompiera a llorar. Él la vio sangrar, pero no preguntó que pasaba. Por el contrario, empezó a vociferar:

     -   En esta casa es imposible dormir –gritó. ¿Te quieres callar, enano?

Y se dirigió furioso hacia el cuarto donde estaba Steve. Sonó un golpe seco. Steve no volvió a llorar.


-          Déjame que te diga algo, Sussy –continuó Mike sin hacer caso de las palabras de ella.

-          He dicho que te largues, cerdo –soltó ella con rabia, tirando el botellín de cerveza contra el suelo. ¿Te parece acaso poco el daño que nos has hecho?


Ella, levantándose de la hamaca, hizo mención de entrar en la casa, pero Mike la sujetó del brazo y le rogó:

-          Por favor, Sussy. ¡Escúchame! No tengo nada que ver con la muerte de tu hijo y la desaparición de David. Cuando salí de tu casa aquel día, nunca más supe de él. Me enteré a los pocos días de la muerte del pequeño. Pero no he vuelto a ver a David. No supe nada de él hasta la semana pasada. Por eso estoy hoy aquí, Sussy. Para verte, para contarte lo que sé. Para que de una vez por todas, entiendas todo.

Ella se soltó con brusquedad. Entró en casa, pero dejó la puerta abierta, como una invitación muda a pasar. Se sentó, y su mirada, perdida en el vació le cayó la boca. Era como una muñeca de trapo, sin vida. Si acaso, era porque respiraba. Si acaso sentía que respiraba, era para odiar que siguiera viva.

-          Sussy, –comenzó Mike- no supe nada de David en mucho tiempo. Cuando aquella mañana vine a tu casa, realmente venía para despedirme de ti, sabiendo que él no estaría levantado. Había sido consciente del daño que mi amistad con David había hecho a tu matrimonio y quise retirarme. Si mi amistad con él había continuado en el tiempo, era por ti. Tú eras quien me importaba. Pero no lo supe hacer bien y en lugar de enamorarte, conseguí que me odiaras.

El día de la despedida, estropeé todo aún más, y te pido disculpas por ello. ¡No podrás jamás entender lo que se sufre al ver a la persona que amas, siendo maltratada por un imbécil!

Ese día marché. Cambié Chester por Clover, donde he pasado todo ese tiempo. Allí he trabajado con mi hermano en una carpintería de su propiedad. No me ha ido mal. Nunca más supe de David hasta la semana pasada. Mi hermano y yo viajamos hasta Lancaster para hacer negocios con una empresa maderera, cuando le vi. Él no me vio a mí, pero yo le seguí. Salía de un bar, y créeme que tenía un aspecto horrible. Vestía con un pantalón sucio y muy roto y una camisa abierta casi entera.

Mike levantó la cabeza para mirar a Sussy. Ella seguía ausente. Ni siquiera sabía si había escuchado una palabra de lo que le estaba contando. A pesar de eso, Mike siguió narrando:

-          Entró en lo que entendí era su casa, un pequeño antro con apenas una ventana sin cristales. Con cuidado, me asomé y vi como se abría una cerveza y se tumbaba en un viejo sofá. Supuse que se dormía.

Volví donde estaba mi hermano buscando una excusa para dejarle por unas horas y le mentí diciendo que había recordado que en Lancaster tenía unos conocidos, por lo que intentaría localizarlos. Sin pérdida de tiempo, entré en el bar de donde había salido David apenas quince minutos antes. Intenté, sin que se notara mucho mi interés, hacerle preguntas al camarero. Sí, me confirmó que era David, que era un vago alcohólico que no trabaja en ningún lugar. Se cree que el poco dinero que tenía para gastarse en comida y bebida lo sacaba de pequeños hurtos nunca probados. Vivía en esa casa abandonada de las afueras de la ciudad y no era muy querido por los lugareños. En diferentes ocasiones había provocado altercados en ese mismo bar, casi siempre provocados por la bebida. Y en más de una ocasión pasó la noche en el calabozo de la localidad.
-   Mike -dijo de pronto Sussy. Ese cabrón mató a mi hijo de un golpe.

-   Lo sé, Sussy. Lo sé. Y también sé que consiguió salir impune.


  
Fue la primera vez que Sussy levantó la mirada hacia Mike. Siguió callada mientras Mike le agarró una mano que ella no retiró. La lágrima que hasta hace muy poco había estado ahogando su ojo, comenzó a resbalar por la mejilla mojando incluso su cuello. Mike seguía con su mirada ese recorrido sin querer interrumpirlo. Tan sólo contemplaba y se contagiaba de esa tristeza tanto tiempo en él reprimida.


       - Ese día cuando te marchaste -comenzó a narrar Sussy, David se levantó furioso por haber sido despertado. Steve lloraba y él, sin mediar palabra, se dirigió a su cuarto y le dio un golpe que resultó fatal.
Dándose cuenta de lo que había hecho, vino hacia mí, me cogió del cuello y dijo: "tú jamás dirás nada de esto, puta. Si no, serás la siguiente".
Él mismo inventó una historia para poder enterrar al niño y salir impune. A los pocos días, desapareció.



Sussy se levantó hacia la cocina. Trajo dos botellines de cerveza y sentándose nuevamente, contempló como la noche había envuelto la casa y el valle que la rodeaba había sido engullido por la oscuridad.

Mike quiso imaginar el dolor de esa mujer. Quiso ver en cada una de las arrugas de su rostro un golpe de la vida. Se arrepintió de todo el mal por él provocado, siempre inconscientemente.



               - Sussy -rompió el silencio Mike, David está acabado. Me comentaron que la cirrosis acabará con él en los próximos meses.


No dijo más. No lo creyó conveniente. Se levantó y se dirigió a la salida. Al abrir la puerta, se giró, miró por última vez a Sussy y se marchó para siempre.

Quizás, al fin, había llegado para Sussy el momento definitivo para cerrar el capítulo más doloroso de su vida.

© Mario M. Relaño



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