Ya bosteza el domingo

>> domingo, 25 de noviembre de 2012

                                     Foto: M. Muñoz 2011



Ya bosteza el domingo
y de nuevo aquellos jóvenes cargados con sus violonchelos,
mochilas en los hombros,
hablan de su último acorde del fin de semana.
Quizá tú preguntes por mí
y creas que sólo fui el sueño de una noche,
mientras caminas despacio
y no escuchas más que a tu mala conciencia.
Las baldosas están medio sueltas
y tropiezas con tu propia realidad
sabiéndote acongojado por esa soledad que te presiona.
Cuando me tuviste,
el alcohol no te dejó aprenderte mi nombre
y nadie recuerda haberte visto esa noche.

Ya bosteza el domingo
y lo único que te queda es un dolor de cabeza
y la ropa interior mojada,
como cuando la adolescencia te arrinconaba en las esquinas.
Hoy deseas que hubiera pasado
lo que el mal beber te impidió
y escurres la botella de lo que pudo haber sido.
Tomas esa mochila negra
y caminas al lado de aquellos que tuvieron mejor suerte.
Juntos entráis en la sala
y cada uno interpreta con su instrumento
la música, según sabe.


© Hisae 2012

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Aunque no quería

>> domingo, 18 de noviembre de 2012



Decía que no podía,
pero mentía
porque sí quería.
Y se quedaba más tarde solo llorando,
sentado en el bordillo de la acera, lamentándose.
Y eso un día y otro,
y otro más,
y otro,
hasta saber que secaría sus ojos,
y lo peor,
sus labios sin los suyos...

Insistía
que perdía el día si no venía,
que nada sería igual,
pero mentía
temiendo saber que por ella
hasta de dar su vida
capaz sería.

Y un día
de la pena que sintió supo,
que era la última vez que la vería,
sola,
partiendo con su vida
y dejando su charco llorado él
sabiendo que sin ella moría.
Y así
él perdió su vida,
aunque no quería.

©Hisae 2012

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La mujer de la nueva vida

>> domingo, 11 de noviembre de 2012




Dejó sus años malgastados en las cuerdas donde tendía la ropa
y cada noche que llovía
el agua terminaba de lavar las manchas de una vida pobre
mientras que con el alba
el futuro amanecía con el resplandor que unos ojos limpios
veían al correr las cortinas de la ventana.
La casa se había transformado
en espacios más amplios,
en silencios rotos por la música de Mahler y voces de Frank Sinatra,
y con cristales más transparentes.
Los animales corrían fuera
mientras ella
miraba por la ventana y sonreía.
Ya no esperaba a nadie
pues a nadie tenía.
Pero aprendió a ser fuerte y no necesitarle.
Le bastaba con sus sueños para verle de cuando en vez,
y cuando despertaba,
al lavar su cara comprendía que su vida era hermosa,
tanto
que deseaba volver a vivirla
si un día moría.

Al salir a la calle
saludaba a la gente como si fueran sus vecinos
a pesar de no tener vecinos
ni siquiera calle.
Usaba paraguas para escribir su nombre en la arena
y leía novelas que ella misma escribía.

Un día, fumando un cigarrillo,
pensó en su hijo muerto
y fue entonces cuando olvidó volver a casa.
No se supo más de ella
hasta que meses después encontraron sus zapatos
en la orilla de algún sitio.
Se dio por sentado
que regresó con él, harta de verlo en sueños.

© Hisae 2012

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