Cuando escribo títulos demasiado largos

>> domingo, 15 de diciembre de 2013


Escribo entre los espacios que me dejan esos minutos que no te pienso, a solas, mientras el ruido que ocasionan las teclas al pulsar fuerte se entremezcla con los vehículos que corren a más velocidad de la permitida y escucho a través de la ventana.
Pero la escasez de silencio no me impide pensarte y dedicarte versos que llenan la papelera con la que tropiezo en ocasiones. Y ese pensar es incrementar el deseo de que anochezca para que vuelva a amanecer y tener la certeza de que hoy tampoco te veré porque ni falta que me hace.
Y si no estás, ¿qué musa llenaría de sentimiento los siniestros papeles que en ocasiones lleno de verborrea como de mantequilla la tostada?
No aprendo. Nunca me enseñó nadie a escribir, tan sólo me vinieron de paquete desde que nací los sentimientos, y esos me provocan amoríos que no existen y seguro que tampoco necesito.
No puedo escribir sobre la guerra, ni matar por matar aunque no mueran. Quizás tampoco es de recibo que piense en quien jamás estará ni que malgaste mis tardes en escribir algo que morirá según pulse ENTER.

¿Y tú? ¿de qué te quejas? ¿acaso tuviste tiempo alguna vez de pensarme?
Dóname ese corazón que posees y lo trocearé en mi próxima aventura juntos; dame pistas sobre tu morada y rascaré cada noche las cuerdas de mi timple bajo tu ventana para que me odies o me calles a besos.
Y después marcharé de nuevo con el rabo entre las piernas para escribirte sin parar durante cien noches seguidas. Y tú, durante cien días seguidos me ignorarás como hasta ahora me ignoró la muerte.

Y ahora me voy, que tocan al timbre. Será de nuevo un indigente que pide monedas o bocadillos. Nadie más toca a mi puerta desde hace meses. Creo que llegó el momento de arrancarla y olvidar que alguien pueda llamar. Al fin y al cabo, no merezco ni una visita.

- ¿Me quieres?
- ¡No me hables de querer!
- ¿Acaso eres piedra?
- Soy robot.

Entiendo que este planeta nuestro no puede ser de ambos. O tuyo, o mío. Pero no de los dos. Nunca podremos seguir juntos. Y lo peor de todo es que no podré cerrar la puerta y largarme porque no tengo puerta. ¿Entiendes ahora porque escribo versos a una papelera? Es la única que no me replica.  Acaso la papelera siente. Acaso la papelera no tenga corazón.
Quizás los libros sólo los crearan para ser leídos en otro lugar y por otra gente.

Bien, me voy entonces. Siento que ni en esos cien días siquiera me llamaras.


©Hisae 2013



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Qué fue de ella

>> domingo, 1 de diciembre de 2013


Qué fue de ella, que pasaba las tardes recogiendo flores para colocar en una cesta de mimbre y escribía poemas cortos para aquel soldado, quizás herido, quizás ya muerto, que marchó a la guerra y jamás leería.
Qué fue de ella, que salió de casa una mañana de domingo cuando más llovía para enterrar los huesos que le entregaron de su amado, que no lloró las lágrimas contenidas, al menos delante de nadie, y como único sufrimiento manifiesto fue quemar sus poemas con las flores ya secas.
Qué fue de ella, que durante meses permaneció encerrada en casa, que las malas hierbas trepaban ya por los escalones de la entrada y que los cristales pasaron de transparentes a translúcidos por el polvo acumulado.

- La guerra. ¡La guerra! -se le oía gritar en ocasiones de noches más oscuras sin luna cuando pocos permanecían aún despiertos.

Qué fue de ella aquella mañana cuando salió en titulares la finalización de la guerra. Se escuchaba música de fondo de la banda municipal, la gente comenzó a llenar la calle mientras parte de la pérgola del porche de ella permanecía caída y sin restos de pintura blanca.

- La guerra. ¡La guerra! -aún se le escuchaba.
- No, amiga. ¡Despierta! La guerra ha terminado -querían convencerla.

No, la guerra permanece por décadas. Nunca se puede hablar de una guerra terminada. No, jamás se lo digas a esas madres que no volvieron a ver a sus hijos, a esos jóvenes que portarán una cojera, una ceguera de por vida. No se lo digas a toda aquella clase no burguesa que seguirá pasando hambre como los días más duros en el frente. No podremos hablar de una guerra acabada mientras los periódicos y la radio sigan informando de todo aquello que aconteció en los cuatro años de conflicto, mientras los odios no dejen de sangrar  y cicatricen.
¡Nunca! Nunca podrás hablarme de que la guerra terminó mientras yo tenga vida y mis ojos sigan contemplando la tumba con unos restos que ni siquiera sé si son de aquel soldado.

Qué fue de ella mientras siguió viviendo... Y la radio siguió sonando...


©Hisae 2013


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Lo que provoca la sed

>> domingo, 17 de noviembre de 2013

                                      Giovanni Segantini

Le pedía siempre beber directamente de su boca,
¿no me escuchaba, acaso?
¿tal vez no percibía el reseco
sediento del agua que sólo su boca saciaba,
que tantas veces antes bebí
en algún paraje sólo nuestro?
No pensó que era yo hasta más tarde,
cuando llamaron para velar un cadáver que no era el suyo.
No llevó flores;
su desvelo le pareció suficiente mientras lloraban las plañideras.
Quiso dejar sus labios marcados en el cristal del ataúd
pero ni cristal para ver mi rostro pusieron para abaratar,
por lo que se volvió a llevar el agua,
sus labios,
su boca,
y me dejó la sed para toda una eternidad.

Días antes de mi propio funeral
corté rosas del jardín para un ramo,
chupándome descaradamente la sangre que las espinas vaciaban de mis dedos.
Las flores,
colocadas en sitio estratégico,
decoraban si acaso su retorno.
Las rosas murieron tal y como estaba previsto
sin más días de aguinaldo,
y mi sed seguía intacta,
tanto,
que mi lengua pegada al paladar enmudeció.

Enterré los pétalos de aquellas rosas
entre las hojas finas del libro de poesía que por entonces leía.
Tocaron a la puerta y dijeron:

Prepárate a morir!
- ¿No podemos esperar más? -pregunté.

No me respondió. Y sus labios velaron mi cuerpo.


©Hisae 2013



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La partitura de la vida

>> domingo, 10 de noviembre de 2013


Es un despiece de notas
en la sonata de una existencia vivida a trompicones
para intentar descubrir si hubo motivo para nacer
o simplemente fui uno de tantos instalado en este lugar por casualidad.
Las notas siguen sonando lo escrito en su singular partitura,
entre paredes de un conservatorio casi vacío de instrumentos.
Al caer la noche,
cuando deja de sonar la última nota y se apaga la luz de la entrada,
mis instantes de soledad me aconsejan
que no despiece por más tiempo las notas
que fueron creadas para dar consistencia a lo que llaman existir.
Pero no puedo evitar pensar en el concebir y el conjunto del amor,
en la función de cada uno,
en el sitio donde estoy
y en las palabras que llevo malgastadas.

Hace rato que cayó la noche,
que yo callo a la noche,
mis oídos ya no escuchan nada más que el interior de mi cabeza.
Estoy a oscuras y la tinta de mi boli se termina.
Si apoyo la cabeza en la almohada,
me persigue un tipo chepudo, una gorda con un perro negro
y mi desgana.
No puedo cerrar los ojos, no puedo escribir.
Si voy fuera y me siento en un banco, moriré congelado.
El café caliente de la máquina sólo calienta mi lengua
pero no el espíritu.

Salgo fuera
y pregunto a la única persona que convive con la noche
si acaso se pregunta alguna vez por la partitura de su vida.
Me mira incrédulo y escupe al suelo.


©Hisae 2013



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Un sueño enterrado en el desierto

>> domingo, 3 de noviembre de 2013


No creo que se llegara a escuchar llanto alguno
o sonó el viento que dañaba el rostro,
quiero pensar que fue feliz mientras imaginaba
y que sus noches eran largas mientras sonreía.
Miro el mapa y compruebo
cuanto pueden dar de sí sus pasos,
su insignificancia,
y los millones de granos de arena que componen un desierto,
la fragilidad de la vida en esa inmensa extensión,
la indiferencia de las lágrimas
y lo doloroso que es (imagino) agonizar por la sed.
En esa región distante
donde mora el transeúnte y el muerto.
Al otro lado del mundo
espera un sueño,
que no es real,
que nunca es del mismo color que el soñado.
Estira sus dedos
como para llegar aún más lejos
o como para beber lo que dejó de llorar.
Esos granos de jable que entran en su boca
ahogan al muerto.
Y no encontrarán sus despojos hasta que pasen días.
No será reconocido pero sabrán del sueño
que una vez más quedó truncado y envuelto en sudor y arena.
Y tras denunciar y gritarlo,
lo cuento hoy en versos
para que sea una muerte más bella,
y para homenajear al anónimo soñador
y al sueño imposible de tantos.

* Y barro el polvo para afuera,
y cierro la puerta
para poder dormir tranquilo.


©Hisae 2013



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Bienvenida al teatro de tus sueños

>> domingo, 13 de octubre de 2013


Te llaman la puta del barrio
porque descansas entre las sábanas de aquellos que pensaron que podrían ofrecerte más que un sueño
y te regodeas ante el espejo
como si tu imagen fuera mi sombra que te mira,
mientras ocultas tu feo cuerpo entre los besos de otro
y sientes de reojo mi desconcierto.
Hueles a cabello quemado
por el humo que te envuelve durante las noches de bares y plena oscuridad
tratando de engañar a la muerte
y provocando en mí desasosiego.
Bienvenida al teatro de tus sueños, amiga.
Tú,
protagonista de las manos de tantos,
hurgando en carteras tras flujos vaginales,
ignoras mis llamadas
y el vacío que quedó en nuestra cama.
Y te llaman la puta del barrio
al cruzar las aceras con el carmín corrido por tu rostro,
perdiendo los besos
como quien pierde el tiempo en ir a misa.
Y cuando amanece
te dejan acompañada, sola, con un café en el único bar abierto,
sola,
sin saber si acaso ya es lunes.
Sola.
Te observo a través de las cortinas al llegar
cómo mueres a cuentagotas
y envejece tu piel por dos.
La única felicidad que conociste
se difuminó aquella mañana en un rápido adiós
mientras esta noche
volverás a ser la puta del barrio.

©Hisae 2013

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Me pesa

>> domingo, 6 de octubre de 2013


Me pesa el no sé qué de las cosas,
las verdaderas y las no tanto,
las que veo y las que imagino o invento
y tener pero casi nunca llegar.
Me pesa cada vez que termina el día
y la noche me castiga con la conciencia,
como si acaso yo fuera un muñeco de fácil manejo
y la reprimenda me hiciera algún bien.
Me pesa la osadía de algunos
y el valor de los menos,
la cantidad justa de lo que tengo
y el deseo de poseer un poco más.
Me pesa como si nunca hubiera estado
y yo me inventase un regreso
con regalos y abrazos de los que duelen
y no olvidas.
Me pesa el no tener capacidad del no
y que el sí me haga daño,
que a veces las mentiras no sean piadosas
y que las verdades se cuenten con cinco dedos.
Me pesa cada día que termina sin decir te quiero
y las noches que me acuesto hacia el otro lado,
los desayunos que no son de café con leche
y los buenos días sin sonrisa.
Me pesa tanto no ser como quiero
y por el contrario
quererme,
que me pesa la contradicción.

©Hisae 2013

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Apuntes para un poema de guerra

>> sábado, 5 de octubre de 2013

                                     Imagen: Sean Mackaoui


Poesía maltratada por todos aquellos que un día llenaron sus bocas con ecos de otras bocas,
los mismos que velaron los cadáveres aún no muertos
y adolecían de los que estaban.
¡Malditos aquellos
que llamaron al hijo como al padre
a pesar del llanto de la madre maltratada!
Él ya tenía su varón
mientras la tierra no paraba de sangrar
y los frutos nacían enviciados.
Lo llamaron la revolución del hambre,
de la guerra perpetua y las calles en blanco y negro,
donde morían fusilados los poetas
al grito de libertad
y sus palabras quedaban enterradas de por vida en la cuneta.
Clamaron algunos que llegaría el día
pero ese día no llegaba,
y el niño seguía llorando
pidiendo pan,
mientras no quedaban ni hojas que arrancar al calendario.
Con las ventanas sucias sin apenas cristales
una sonrisa miraba desde adentro
al tiempo que a lo lejos sonaba el afilador.
Un grupo de viudas acudía a misa de once
mientras el cura gritaba los sermones.
Los libros se leían a escondidas
y las letras se utilizaban tan solo para las oraciones.
Las novias aprendieron a casarse de negro
y bajo las faldillas de la mesa
apenas calentaba ya el brasero.

Pero eran otros tiempos,
donde los poetas estaban en el armario
y el cielo era de color guerra.
Hoy nacen esas poesías
que antaño quedaron enterradas en las cunetas
y el hijo ya no se llama como el padre
y al padre ni se le llama.
Las madres fuman cigarrillos
y los maestros enseñan esto en las escuelas.


©Hisae 2013


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TE SEGUIRÉ DEJANDO NOTAS CON SABOR A RON

>> domingo, 28 de julio de 2013

                                 Fotografía: Ron Vargas


Me despido de forma casual
como casual fue el conocerte y
siempre con la duda de
si acaso existo para ti.
Dejo las llaves en la mesa,
borro mis huellas y el perro no ladra.
El último beso no supo a beso
rota la pasión en mil trozos.
Despertarás con un hueco vacío en tu cama,
las cortinas aún cerradas
y las deshoras gastadas en algo que pudo ser.

Con el tiempo
nos encontraremos por la calle,
callaremos
y los dos sabremos que era imposible.
Me verás agarrado a otra mano que no es la tuya,
escucharé un griterío de niño si lo hubiera,
te miraré,
y a escondidas haremos de nuevo el amor,
un amor perpetuado en el tiempo,
ese amor irreal pero nuestro
del que nadie sabe,
y nos comemos el resto.

Acaba el encuentro,
tú te vas con quien calienta a diario tu cama
y yo retomo esa mano extraña que me aprieta
y me duele,
y camino dando saltos mientras te pienso
y desgasto las pocas ocasiones
de verte sin hablarte
y contarte
que sin ti no soy nada.
Y te seguiré dejando notas con sabor a ron
para recordarte,
que lo mío es para siempre
aunque duermas en un aburrido sueño.

©Hisae 2013

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Cuando por huir te llaman cobarde

>> domingo, 21 de julio de 2013

No me pidas que me beba el rocío de la mañana
cuando mi noche aún permanece
y sigo viviendo del reflejo de una luna que no termina de salir.
No me pidas que levante mi espíritu
si no encuentro un motivo que mantenga la dicha
con la cual cuentan que nací.
Te dejo.
Marcho a un lugar incierto
donde no se me pida dormir a deshoras,
ni comer lo prohibido,
ni adorar,
y donde morir se haga con recelo.
No me sigas.
Ni siquiera te dejo mi sabor en un beso
¿para qué?
Sería amargor en tu boca.
Suelta mi mano
y olvida que un día la cogiste.
Hoy para ti
tan sólo soy ya el personaje de cualquiera de tus novelas,
o un poema inacabado,
la bruja más mala del cuento
que puede morir cuando acabe tu fantasía.
Mientras
transcurren los nuevos momentos en la compañía de mis errores
y aprendiendo de las vidas anónimas.


©Hisae 2013

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Sequía

>> domingo, 30 de junio de 2013

Se me escapa el fresco que recorre a diario la piel que transpira
y ésta, reseca,
implora la resaca del agua que se agota con la maldita sequía.
Y la sed ya no es sed,
se convierte en muerte,
mientras mi mirada termina con los rayos del sol que ahora queman más que nunca.
¿Qué fue de aquellos ríos que corrían,
charcos que empapaban
 y esas fuentes que nacían bajo las piedras?
¿Por qué lloran mis ojos
si ni siquiera mis lágrimas mojan?

Ya la agrietada tierra grita
y mira al cielo para borrar el azul que no puede.
Me encierro a la sombra de una luz
e imploro a los dioses que me velan.
¿Quién robó mi sed
que ya ni tengo?
Y el dios me apaga la vela
y he de jugar con la oscuridad por si acaso duermo y sueño.

Se me escapa el sueño que conocí
y sentí
y me bebo mi propio miedo.
Ella gana, yo muero
al tiempo que muere la tierra.

©Hisae 2013


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Cuando se duerme el día

>> jueves, 27 de junio de 2013

                                      Foto: Mario M. Relaño


Cuando se duerme el día ¡cómo pesa lo vivido!
¿De qué sirvió el lamento,
si ya nadie escucha,
si por dormirse, hasta la luna se ha dormido?

Cuando se duerme el día, ¡cómo muere lo reído!
¡Sí tan sólo al menos quedaran las caras
con las bocas sonreídas
en esos momentos felices ya gastados!

¡Cómo pesa lo vivido!
Esa edad que no me deja
y que recuerda con arrugas
lo gastado y lo que queda.

Cuando se duerme el día ¡qué callada está la vida!

©Hisae 2013


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Heroicidad

>> martes, 11 de junio de 2013

                        Pintura: José Luis Zúñiga del Corral

Aunque no diga las cosas que siento,
esas que ocultan en mí no sé muy bien quien, si el corazón o la cabeza,
las vividas pero no respiradas,
ni siquiera tocadas,
todas ellas que ocurrieron porque sí
y no hay nada que encuentre para borrarlas.
Me ensucio por creerlas
y me arranco la piel por no asirlas.
¡Oh, Dios! ¡Qué cobardía!
Podría haber matado a mi alma desde entonces
y el temor hace que aún siga respirando
el gas contaminado que me rocía la vida
pero que tanto duele.
Créeme que me hago pequeño cada día que vivo
porque lo no vivido ya crece y pesa,
y  los ojos rojos me delatan.
Y  ahora que lo bello se convirtió en triste
y  lo triste es lo que mata
imploro piedad para que mi ausencia no sea recordada.
Suena un golpe...
...
y las letras desaparecen de repente
asustadas por los ruidos que llegan de la cocina.
Mientras yo intento buscarlas, pienso en el hambre que tengo
y lo saciado de otra vida.

Busca las migas que llevo años dejando en la puerta,
contempla mi desgana y mi ansia,
dame todo aquello que no tengo,
cierra la puerta para que no nos vean
y déjame elegirte a ti para contarte.

A partir de hoy aparto el papel y me convertiré en hombre,
doblegaré mi miedo y permitiré que sea la desazón quien hable.
Tener no tendré
pero habré muerto heroico
y recordarán mi valía aunque les apene mi vacío.

©Hisae 2013

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Cuando vengo y voy

>> domingo, 9 de junio de 2013

Desnudo, como si de un mar sin olas se tratase,
como un bostezo silencioso
y con las manos atadas a la espalda
proclamas tu amor en esquinas de adobes desgastados
dibujando con la mirada corazones fugaces
que mueren tan pronto como el sol mata su sombra.

Apareces, es fácil reconocerte,
quizá porque nunca te fuiste y no llegué a olvidar las lágrimas
que en cada despedida
se arrastraron por tu rostro.
Pero estás, es lo que me importa,
y si al tomar tu mano no la sueltas
será el sudor el que selle aquello que un día nació desnudo
y hoy tratas de proclamar en pasquines que nadie lee.

Bésame si te queda saliva,
si acaso tu boca descansa cuando sonríe.
Sí, bésame si gritas tanto una ausencia
y enmarcas mi regreso con fondos de jardines de Alhambra
y calla entonces porque me siento tuyo
hasta una nueva despedida.

Y es que no nací para preparar desayunos,
ni arroparte al alba.
Me siento tan libre como lo puede ser el ave,
y tus abrazos son mi jaula
que me alimenta pero me mata.

©Hisae 2013

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Palabras

>> domingo, 2 de junio de 2013


Hay cosas en la vida que merecen las letras que usamos para otros.
Hay cosas en la vida que gastamos demasiado rápido y sin disfrutar como apenas se disfruta la poca luz que crea la llama de una vela y que sólo percibimos su ausencia cuando ya ha dejado de alumbrar y nos acosa sin remedio la oscuridad.
¿Te has dado cuenta de la cantidad de cosas que decimos y del mal uso que hacemos de esas palabras? ¿Dónde fueron esas letras que gastamos? ¿Acaso alguien se encargó de recogerlas?
Sólo creo en la palabra del poeta. Él es el único que clava la palabra en el corazón de unos pocos y nunca desaparece.
No me sirve de nada hablar sin oyente, soñar sin ilusión. No hay poema legible sin un corazón cerca. No muere el poeta por falta de palabras si no por la escasez de sentimiento.
Hay cosas en la vida que merecen ser escritas, sobre todo por los que tenemos tan mala memoria. No se me escapa el trasfondo de lo vivido sino la literatura que conlleva la vivencia. Esas palabras creadas y/o inventadas para la ocasión de esos minutos ya muertos se quedan grabadas como grabadas perduran los epitafios en las lápidas.


©Hisae 2013

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Flor y piano

>> sábado, 20 de abril de 2013


Encontré una flor muerta sobre el viejo teclado de un piano que ya no suena,
una historia ya contada y manchada por la sangre de sus pétalos.
Encontré una mañana diferente y le pedí salir de mi sueño,
caer en mis brazos,
tener algo que recordar si sigo viviendo.
Y si cualquiera llegara al funeral,
tomaría el alma de la flor,
sería mía,
y enterraría las hojas
mientras las viejas teclas del piano lloraban una canción.

Y canta el viejo piano y llora
y muere la flor muerta
mientras observo la estampa desde mi último sueño.
Me dan su aroma las hojas que entierro
y la tierra húmeda, mezcla de olores,
y el verde se vuelve negro,
y su luto se convierte en sangre.
Mira la flor muerta por la ventana el entierro
y el viejo piano
llora una triste canción.


© Hisae 2013

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La última lágrima de Laila

>> sábado, 30 de marzo de 2013


                                        Käthe Kollwitz


Sin penas que taladren su corazón ya muy gastado,
con un pañuelo por si las lágrimas rondan sus ojos
y con el deseo de juntarlos a todos,
la madre abraza incansable el cuerpecito de su hijo muerto,
serena,
con esa mirada entre perdida y vacía,
acompañada tan sólo por la noche que se aproxima.
Ese bebé nacido del amor entre un padre y una obligación,
esa hambruna que marcaba cada uno de sus huesos,
la impotencia de la madre
con un caldero casi vacío
y sus otros seis hijos alrededor suplicando.

Ese país cargado de niños,
un continente,
ese petróleo que se entremezcla de lágrimas,
una guerra,
el poder que no justifica el hambre,
la muerte que empapa la tierra.

Hoy se fue el más pequeño
al igual que antes se fueron otros dos,
y ella, seca de dolor, lo abraza porque era suyo
y le canta por momentos
esa canción con la que lo alimentó
supliendo la cena.

Los vecinos miran a lo lejos la escena
que a diario vive alguno de ellos
y cierran sus puertas para no ver
porque convive cada uno con su propio corazón,
y su holgada amargura.
Laila abraza el cuerpecito por última vez
y es ahora cuando le resbala la única lágrima
que cae en la boca abierta de su hijo.
Llega el padre,
se lo retira de los brazos
y Laila regresa para seguir viviendo.

©Hisae 2013


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Aunque ya no esté

>> domingo, 24 de marzo de 2013



Recojo sus ánimos, limpio la cama y ventilo
después de velar y abrazar su cuerpo,
dejando mi rastro en su pensamiento
y diciendo un simple adiós.
No volveré. Tampoco me lo pide.
Nos dejamos
como los hijos dejan a los padres,
como la tormenta deja lluvia o
como deja el pan al hambre.
Nos dejamos sin más,
sabiendo que los recuerdos tan sólo duran
lo que uno quiera recordar,
sabiendo que las lágrimas tan sólo son agua
y se secan en verano,
sabiendo que nada es tan eterno
como la eternidad.
Fumo después de no hacer nada
y el humo permanece a mi alrededor queriéndome decir algo.
No pienso en el quizás,
ni en mañana,
ni tan siquiera en qué pasará cuando anochezca.
No me quedan más que unas monedas,
mis cigarrillos
y el resto de la vida por delante,
pero ya viví antes con menos.
Cierro la puerta y me marcho.

©Hisae 2013



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Soñar en conejero

>> sábado, 16 de febrero de 2013


                                 Foto: Mario M. Relaño

Los cielos cubiertos de limpieza
del color inimaginable cada mañana
deseoso yo de pintar el azul.
El viento, simplemente ahí, el único que jamás moría,
el más anciano indígena,
voces cerradas
guardadas para sí
en ese negro de tierra quemada.
Agua, siempre agua
hasta donde me alcanza la mirada,
siempre agua.
Y más allá
África,
grande e imponente.
Quedan pequeñas piedras blancas
al margen de los caminos
que nos señalan paraderos
hoy embellecidos de esterlicias,
molinos, tabaibas,
hasta llegar al Chache.
Desvelan las madrugadas
el rocío húmedo de las noches
que verdea incluso el rofe cenizo,
y da de beber a aulagas y hasta pardelas.
Brujas antaño que pactan con el diablo
y usan como ungüento sebo de camella,
Mararía una, Lucía la negra, otra.
Y es la isla
paso de piratas y calimas, albergue de conejos y tuneras,
amores reñidos de mares y fuego,
pasiones envueltas en jameos.
Que sueño sí,
que sueño conejero.

©Mario M. Relaño 


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De qué sirve

>> sábado, 9 de febrero de 2013



No me sirve de nada
si no tengo o no deseo,
si acaso estuve o si volveré.
No gasté todo por si acaso necesitaba
pero no me sirvió para sobrevivir.
Quizá si alguna vez hubiera escuchado
en vez de hablar por los codos
hasta quedarme mudo,
si hubiera necesitado beber
y por no tener,
no tenía ni agua.
De qué sirve
si no llegué
por mucho que corrí hasta donde estaba.
No me queda más que lamentarme
pero
¿para qué,
si las lágrimas ya no mojan?
¿quién está dispuesto a escuchar
si los lloros son mudos
y las lamentaciones no son de ningún agrado?
Mejor callado,
escuchando y viudo,
sólo,
pero vivo.

©Hisae 2013

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Más allá del gran silencio

>> sábado, 26 de enero de 2013



Callaron todos los principitos para siempre. No hubo más planetas en su privada galaxia, ni más flores solitarias, ni pétalos de rosas, ni acaso lunas. Callaron al unísono cuando cesó el rugir de los motores y el agua apagó los gritos de Antoine de Saint Exupéry. Cesó para siempre.
Atrás quedaron los pequeños planetas inventados y desiertos que en su día supo escribir para nuestro deleite. A partir de ahora el mar sería su nuevo hogar, su templada y ciega eternidad.

Nuestro cielo y ese mar siempre habían hecho muy buena pareja. Cuentan que incluso, en el horizonte, llegaban a desposarse uniendo sus azules. Cuentan, que los intrépidos expedicionarios que osaban llegar hasta tan lejos, no sabían diferenciar entre el agua de la lluvia y la del mar. Nunca sabían si seguían en el cielo o por el contrario, flotaban sobre las aguas de algún desconocido océano.

Antoine de Saint Exupéry amó ese cielo que todos vemos y por ello, no cesaba en el empeño de tocarlo con la punta de sus dedos siempre que podía. Su afición a volar le había llevado a rasgar el cielo en infinitas ocasiones, tantas, que su nombre estaba tatuado en las nubes.

La última vez que pilotó, posiblemente sobrevoló muy cerca del horizonte lejano, y acompañado por su bimotor, se enterró en ese silencio que produce -cuentan- el fondo del mar.

En ese fondo de mar, se vislumbra lo que un día le subió hasta lo más alto, mientras las oscuras y frías aguas del océano lo acogen sin tener en cuenta que allí hubo un espacio vacío. Hoy, refugio de peces más débiles, aparece el aparato viejo, callado e indefenso.

Ahora, el esqueleto de aquello que fue, permanece casi sepultado y las páginas de El Principito se llenan de escépticos lectores mientras nacen nuevos días. No importa si el mar moja las hojas mientras cada una de las letras entreteje la historia de aquel niño que pintó corderos y flores que se despiertan despeinadas.

El mar calla y acoge. El mar ahoga las historias y sólo él sabe la verdad. Quizás algún día, este mar, escupa los últimos capítulos de aquellos escritores que se atrevieron a escribir la biografía de Antoine de Saint Exupéry y dejaron sin terminar.

©Mario M. Relaño

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El Todopoderoso

>> sábado, 19 de enero de 2013



                                  Foto: Mario M. Relaño


Levantando las manos y decolorando la noche
me encuentro que nací como todos
y que no soy rey de reyes
ni merezco que me miren cuando camino por la calle.
Dejando la sorpresa arrinconada entre las sombras y la esquina
continúo mi viaje
mirando a los que me ignoran
con la convicción de alguna vez ser parte de la historia.
Entre camino y camino
me sorprende la mañana que me ciega
y mirando al suelo encuentro señales que me conducen a seguir.
Las señales son rastros de lágrimas,
de palabras,
de gestos de otros
que alguna vez me fueron dejando para llegar hasta donde ellos iban.
Cuando creo haber llegado a mi destino
y ser coronado como el deseado
la niebla me sorprende entre el trono y las loas de los que me desean.
Arrastrado por el suelo para no caerme,
para no perderme en los metros que me faltan para la gloria,
estiro el brazo
y el poder de lo que me espera tira de mí.
Coronado
como el supremo de lo amado
pongo mis reglas,
y considero que sus miradas me provocan dolor,
por lo que les condeno a la ceguera
y absorber mis besos
para que nunca les falte el amor del poderoso.

©Hisae 2013

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