Bienvenida al teatro de tus sueños

>> domingo, 13 de octubre de 2013


Te llaman la puta del barrio
porque descansas entre las sábanas de aquellos que pensaron que podrían ofrecerte más que un sueño
y te regodeas ante el espejo
como si tu imagen fuera mi sombra que te mira,
mientras ocultas tu feo cuerpo entre los besos de otro
y sientes de reojo mi desconcierto.
Hueles a cabello quemado
por el humo que te envuelve durante las noches de bares y plena oscuridad
tratando de engañar a la muerte
y provocando en mí desasosiego.
Bienvenida al teatro de tus sueños, amiga.
Tú,
protagonista de las manos de tantos,
hurgando en carteras tras flujos vaginales,
ignoras mis llamadas
y el vacío que quedó en nuestra cama.
Y te llaman la puta del barrio
al cruzar las aceras con el carmín corrido por tu rostro,
perdiendo los besos
como quien pierde el tiempo en ir a misa.
Y cuando amanece
te dejan acompañada, sola, con un café en el único bar abierto,
sola,
sin saber si acaso ya es lunes.
Sola.
Te observo a través de las cortinas al llegar
cómo mueres a cuentagotas
y envejece tu piel por dos.
La única felicidad que conociste
se difuminó aquella mañana en un rápido adiós
mientras esta noche
volverás a ser la puta del barrio.

©Hisae 2013

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Me pesa

>> domingo, 6 de octubre de 2013


Me pesa el no sé qué de las cosas,
las verdaderas y las no tanto,
las que veo y las que imagino o invento
y tener pero casi nunca llegar.
Me pesa cada vez que termina el día
y la noche me castiga con la conciencia,
como si acaso yo fuera un muñeco de fácil manejo
y la reprimenda me hiciera algún bien.
Me pesa la osadía de algunos
y el valor de los menos,
la cantidad justa de lo que tengo
y el deseo de poseer un poco más.
Me pesa como si nunca hubiera estado
y yo me inventase un regreso
con regalos y abrazos de los que duelen
y no olvidas.
Me pesa el no tener capacidad del no
y que el sí me haga daño,
que a veces las mentiras no sean piadosas
y que las verdades se cuenten con cinco dedos.
Me pesa cada día que termina sin decir te quiero
y las noches que me acuesto hacia el otro lado,
los desayunos que no son de café con leche
y los buenos días sin sonrisa.
Me pesa tanto no ser como quiero
y por el contrario
quererme,
que me pesa la contradicción.

©Hisae 2013

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Apuntes para un poema de guerra

>> sábado, 5 de octubre de 2013

                                     Imagen: Sean Mackaoui


Poesía maltratada por todos aquellos que un día llenaron sus bocas con ecos de otras bocas,
los mismos que velaron los cadáveres aún no muertos
y adolecían de los que estaban.
¡Malditos aquellos
que llamaron al hijo como al padre
a pesar del llanto de la madre maltratada!
Él ya tenía su varón
mientras la tierra no paraba de sangrar
y los frutos nacían enviciados.
Lo llamaron la revolución del hambre,
de la guerra perpetua y las calles en blanco y negro,
donde morían fusilados los poetas
al grito de libertad
y sus palabras quedaban enterradas de por vida en la cuneta.
Clamaron algunos que llegaría el día
pero ese día no llegaba,
y el niño seguía llorando
pidiendo pan,
mientras no quedaban ni hojas que arrancar al calendario.
Con las ventanas sucias sin apenas cristales
una sonrisa miraba desde adentro
al tiempo que a lo lejos sonaba el afilador.
Un grupo de viudas acudía a misa de once
mientras el cura gritaba los sermones.
Los libros se leían a escondidas
y las letras se utilizaban tan solo para las oraciones.
Las novias aprendieron a casarse de negro
y bajo las faldillas de la mesa
apenas calentaba ya el brasero.

Pero eran otros tiempos,
donde los poetas estaban en el armario
y el cielo era de color guerra.
Hoy nacen esas poesías
que antaño quedaron enterradas en las cunetas
y el hijo ya no se llama como el padre
y al padre ni se le llama.
Las madres fuman cigarrillos
y los maestros enseñan esto en las escuelas.


©Hisae 2013


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