El diablo y yo

>> miércoles, 24 de septiembre de 2014


Una vez conocí al diablo. Estaba éste leyendo, protegido por la sombra que generosamente regalaba un manzano, un manzano sin manzanas y solitario a varios metros de distancia del único río de la comarca.
El diablo era guapo. Al menos es lo que yo pensé al verle, seguramente por saberlo distinto y diablo.
Me acerqué y saludé, como siempre me enseñaron mis padres que debía de hacer. El diablo ni contestó ni me miró. Seguía absorto en su libro, un libro de tapa blanda con un hombre desnudo atravesado por un arbusto dibujado en la portada.

-¿Qué lees, amigo? -pregunté con mi refinada educación de colegio de curas.
- No soy tu amigo -contestó sin mirarme. Yo soy un diablo, y los diablos no tenemos amigos.

Ya me había dado cuenta que era un diablo pero puse cara de asombro. La colita en punta que salía de su trasero me lo había confirmado desde el instante en que le vi.

- No sabía que los diablos leíais -comenté para intentar llevar una conversación.
- Estoy leyendo "El diablo a todas horas", de Donald Ray -me dijo. Y que penséis que los diablos somos malos no implica que seamos analfabetos.

Sin recibir invitación suya, me senté a su lado. Miré hacia arriba y el manzano parecía que asustado me indicaba que huyera. Por su parte, la araña que colgaba de su tela parecía sonreír.

-Nunca hablé antes con un diablo -dije pasados unos minutos.
-Normal -murmuró él sin levantar la mirada de las letras que llenaban las páginas del libro. Los mortales sólo habláis con los ángeles.
-Yo tampoco hablé nunca con un ángel -dije.
-Tú eres tonto -cerró el libro.

Ya está, pensé. Ahora llega el momento de tentarme.

-¿Sabes? -me dijo. Yo no soy malo. Sólo soy travieso. La vida es pura travesura. El pecado no existe, sólo es invención de los aburridos. Pero un puñado de seguidores de los aburridos son los que después cumplieron esas tontas normas.

Le tomé de la mano. Ya no me volví a soltar del maestro en toda la eternidad.


©Hisae 2014



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Cartas de amor

>> martes, 16 de septiembre de 2014


Cuéntame,
por qué lo que escribes
recuerda a viejas cartas de amor
que en tu juventud me enviabas.

Dime,
por qué tus letras son del color de la emoción
y las lágrimas que caen solitarias de mis ojos
no empapan las frases  
que más marcan el corazón.

Cuéntame,
quién te enseñó a robar almas y venderlas al diablo,
quién te presentó a ese diablo
y con qué mentira te tentó para ganarte.

Cuéntame,
por qué desde entonces
abro el buzón cada diez minutos
y sólo el banco me quiere,
y la única carta que envías
mancha mis manos de negro,
como la sangre sucia.

Cuéntame
cuándo te irás,
si tendré tu misiva de despedida
y si entonces,
-ya viejo-
gastaré el último cartucho de amor
vendiendo barato mi cuerpo.


©Hisae 2014


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Merece la pena vivirla

>> miércoles, 10 de septiembre de 2014


Desde el primer bostezo
me muestro desnudo y sin vergüenza,
para inventar mi propio mundo y dejarte a ti -si deseas-
en él una pequeña parcela.
Es para coexistir,
para que inhales mi aire -que es más puro-
para que huelas el mismo olor con que la mañana me obsequia,
y para que mi cielo -un cielo chiquito- sea también tuyo
y podamos compartir incluso los ángeles -si los hubiera-.
No protesto si reprimes la hora,
si demoras el momento  y tardas en llegar;
mi espera la sacio siempre
con poesía que otros poetas escribieron para que yo leyera,
y cuando tú regreses
te rimaré cuantos versos nos deje el día.
Al caer la noche -cerradas ya las ventanas-
si  te volvieras a marchar,
encenderé la vela de mi paciencia,
y si acaso cabeceo,
el reloj velará tu regreso junto a la luna
que también pinté para aclarar las sombras.
Y es que merece la pena vivir
si es para compartir algo contigo y con quien más tú traigas.
Arrojar al aire señales de color
para indicar dónde y cuándo es la fiesta de mi vida,
y la música que suene serán tus palmas con las mías,
junto con los susurros de los vecinos murmurando
el porqué de nuestro propio mundo,
mientras el de ellos -envidiosos- se encoge y disminuye
y se quedan sin tumbas para tanto muerto,
y mi cielo -tu cielo-
y nuestra luna,
y las velas que encendí,
y el aire con que te agasajé,
seguirán con nosotros mientras decidamos
que la vida merece la pena vivirla.


©Hisae 2014


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Siempre merece la pena

>> sábado, 6 de septiembre de 2014


Esos pocos ratos que distraigo con el aire,
ese casi azul inventado,
las palabras tintadas de negro
y las sonrisas de tres en tres,
te lo cuento a capítulos si acaso ese día decides no acompañarme.
La música pasa ante mí
transformada en elevados decibelios que no soy capaz de digerir
hasta morir -ésta- aplastada por el último coche que circuló tras ella.
Y después, sin pausa
cae nuevamente la tarde de los últimos minutos de mi rato
para acostumbrarme que el día mereció la pena
y que no sirve de nada contar hasta diez
si los instantes de felicidad se quedan en sólo ocho
porque valdrán igualmente
y se darán por bien aprovechados.
Más tarde romperé el lápiz en dos pedazos,
apoyaré mi cabeza sobre mi mano
y oyendo el tic tac del reloj,
dudaré
si acaso esto no fuera cierto.
Y cuando sea noche cerrada
y lo único que se escuche sea el ladrido lejano de un perro
te preguntaré porqué no viniste,
y me dirás -o no-
si acaso aún no te has dormido
el porqué te quedaste,
y gastaremos los últimos besos en creernos,
y nos amaremos,
y soñaremos con otro cuerpo mientras sudamos juntos.
Pero esto también -seguro-
mereció la pena.


©Hisae 2014


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